Hispano
Hoy melancólico, sentado sobre la enorme piedra desde donde se aprecia el tiempo y se contempla como un espejismo frágil, que puede cambiar según la fuerza de la roca que cae sobre el lago de la historia que lo refleja, quiero pensar en un hecho que se oculta debajo del manto del pasado y que imperceptible es a nuestra ignorancia contemporánea.
Hay un árbol, en otrora frondoso, verde y próspero, que hoy está marchito, triste y se tambalea por las inclemencias del clima que entre vientos tempestuosos, tormentas eléctricas y ráfagas de granizo, recibe como castigo de la realidad. Y aun así, en un eterno otoño casi invernal, sigue sobreviviendo, aunque agónico, la sabia sigue calentando su interior y nutriéndole, con lo poco que encuentra en sus raíces que, aunque están en tierra fértil, son envenenadas por espíritus temerosos del poder y la valentía de sus frutos.
Un árbol ya viejo hace más de medio milenio, fue sembrado por pueblos antiguos, legendarios y poderosos, germinó y creció junto a las columnas de Heracles, fue regado por las cálidas aguas del Mare Nostrum, sus ramas se resistían a la furia de la galerna, mientras sus raíces en tierra de conejos se extendían hasta la tumba de la hermosa Pirene, quien descansa entre riscos y nieves perpetuas, que hoy también discurren hacia su final y pronto serán parte de la historia.
Aun joven, bajo su sombra, habitaron quienes lo sembraron, siendo testigo de cómo los hombres del Oronte cruzaron la mar y se quedaron bajo su ser, su manto hizo parte de la Heleade, permitiendo a Minerva dejar el fruto del olivo a su cuidado, siendo testigo entonces del imperio que se extendía por los dominios de la hija de Agenor, el imperio murió por el paso de los siglos, nuevos tronos vieron la luz, desde los Alpes y los Cárpatos bajaron otros testigos que se posaron bajo sus ramas. El árbol aunque maduro no llegó a florecer.
Testigo del tiempo y de la estética, testigo de la verdad que en los anales se olvida, frondoso veía cómo la sangre se derramaba junto a su propia historia, vio cómo del sur pieles oscuras con furia atravesaron la Mar entre tierra, para querer derribarlo, sufrió junto a los que ahora lo veían como parte de sí mismos y se alimentaban de él y él se alimentaba de ellos, una gran familia que fue perseguida hasta Covadonga, donde el árbol y los suyos en poco eran uno.
Casi ocho centurias de sangre, muerte, dolor y pena, costó que las raíces del árbol llegaran de nuevo a su pleno esplendor, recorrieron lentamente los viejos caminos, expulsando a los infieles enemigos, que con toda su alma querían destruir al árbol, el árbol conoció a un Dios, justo, bueno, noble, que ahora era su Dios, su único Dios, quien le dio una hija, que fue también su hermana y se convirtió en su madre. Sus ramas llegaron tan lejos, que atravesó el mar de las tinieblas y llegó a nuevas tierras, donde encontró el amor, se enamoró de la selva y los ríos, de las cordilleras, de los nuevos mares y se casó con ellos, adoptó a sus hijos, los liberó del mal que los oprimía y les dio su sombra y su propio nombre, los llamó por los nombres de sus ancestros, les mostró a su Dios, les enseñó su lengua y les dio su ciencia, su arte y su amor.
El árbol y la selva, los ríos, las cordilleras y los nuevos mares, tuvieron sus propios hijos, del color de la tierra fértil, pero con ojos como el mar o las esmeraldas, otros parecían tanto a sus otros hijos que no había diferencia, el árbol volvió a ver crecer un imperio bajo su sombra, creció y creció como ningún árbol jamás lo hizo, se hizo uno, con la selva, los ríos, las cordilleras, sus ramas se extendieron por el globo, frondoso como jamás se vio a otro, sobre sus ramas jamás se ocultaba el sol.
Un día, los malos espíritus que aún intentan destruir al árbol, convencieron a sus hijos de cortarlo, les dieron los medios y la ayuda para talarlo por completo. Los incautos traidores, cortaron las ramas del árbol que sobre ellos daba sombra, rompieron la unión de amor que les dio vida, el árbol se alejó triste de su amada selva, de sus amados ríos, se despidió con dolor de la cordillera y dejó huérfanos a sus hijos, quienes aún no descubren que se quedaron solos, débiles y pobres del amor y el poder que daba la unión.
Los oscuros espíritus de la maldad, el odio y la envidia, fueron cortando las ramas del árbol, atacando incluso sus primeras raíces, a punto de ser talado por completo, fue rendido a un tirano, incluso a sus verdugos acogió y fue saqueado, desposeído de sus tesoros, el árbol que queda ni siquiera sabe por qué ahora es pequeño, agoniza, llora y sufre, siempre traicionado por sus hijos, envidiado y odiado por el mal, porque el árbol fue el defensor de la fe de nuestro DIOS.
Hoy sus nietos lloran de pena y dolor por la miseria que los flagela del otro lado del Atlántico, son controlados por los espíritus que engañaron a sus padres, las selvas, los ríos, los mares y la cordillera que amaron al árbol, ahora son prostituidas en el cabaret de la extracción, que es dirigido por un vil rufián cafiche, que los convence de ser su amigo, que los salva y los protege, cuando en realidad solo se queda con el producto que de sus madres saca.
A sus raíces, débiles ya, regresa el invasor del sur, con literalidad le devora y lo engulle, su enemigo pagano lucha por borrar al Dios del árbol, trata de reemplazar a los hijos y nietos del árbol que a su sombra aún viven, por los suyos propios, desprecian la historia y la grandeza del árbol, luchan por que se olvide y se borre para siempre, quieren eliminar para eternamente la PATRIA QUE NOS ROBARON, LA NACION QUE NOS ENSEÑARON A ODIAR “ESPAÑA”.
Por: Nestor Saul Caicedo Galindez
Maravilloso!!